viernes, 21 de marzo de 2014

Mi visita a la Exposición Maya.



Sus ojos oscuros me han mirado fijamente sin dejar que mis párpados cubran mis ojos. Me convence de que no desea estar ahí encerrado, en esa urna de cristal, donde lleva años, sin poder respirar el aire de los mundos, sin poder ejercer sus atributos. Se siente aprisionado.

Imposible sacarlo, hay demasiada vigilancia. Además, ahí, en ese lugar donde se expone su existencia, está demasiado vigilado, con cámaras y militares. Es Palacio Nacional. No tengo mucho tiempo y mucho menos las herramientas para cumplirle su deseo.

"Es imposible". Le comento.

"Siempre hay un punto ciego en todos los humanos", me dice mientras se sonríe maliciosamente. Y sus ojos me hablan: "Solo basta que estés dispuesto a llevarme contigo, a sacarme de esta urna. No deseo regresar a Guatemala. Quiero vivir en la tierra de los aztecas. Aquí hay demasiada esencia en estos rumbos que puede alimentar mis emociones".

Me decido a hacerlo. Me coloco a un lado de la urna, buscando el punto por el cual pueda abrirla y sacar ese ser simbólico que me habla.

Espero un rato mientras la gente vacía la sala de exposición, con la esperanza de analizar cómo le haré para violar la protección. Al lado contiguo está el acceso a la Exposición Maya, en donde se encuentra el "Tablero de los autosacrificios". Me quedo por unos segundos absorto con la Estela 19 de Kaminaljuyú. Siento un golpe en el pecho. Bajo la mirada de inmediato. Ahí está agarrado a mi ropa. Me deslumbra su color amarillo. Sorprendido aún, recorro el cierre de la chamarra, para ocultarlo. "Vámonos" me susurra.

Camino temeroso cada una de las salas, no deseo ser descubierto. Él sigue agarrado fuertemente agarrado a mi ropa, y su diminuto cuerpo huele a sangre, se siente un frío intenso, que hace sentir a mi pecho desfallecer. Lo peor de todo, es que las figuras de las estelas y esculturas mayas de la exposición, parecieran que cobraran vida sus ojos. Siento que me ven fijamente, mi escape es seguido por sus miradas. No veo gente, se ha vuelto negro todo, solo una tenue luz guía mis pasos.

No sé cómo llegué ahí, porque mis piernas sentían que desfallecían. Ya estoy en el Zócalo. Una enorme exposición del ejército y de la marina cubre el corazón de la ciudad. Se conmemora el centenario de las fuerzas armadas. Escucho su voz: "El cuchillo de jade ha sido reemplazado por metal que vuela por los aires, me enorgullece".

Quiero irme de ahí, temo ser descubierto con un objeto maya, prestado por las autoridades guatemaltecas. Subo al metro y me encamino a cualquier destino. Él sigue hablando un idioma que no entiendo. Rara vez dice algunas palabra en castellano.

Me pide que le construya un altar. Toda la noche me lleva construirlo. Le he armado una pequeña pirámide de yeso. Se siente feliz.

"Tú me has liberado del encierro. Odiaba esa urna." Unas carcajadas nacen de sus entrañas. Sus ojos cambian de color cada vez que habla conmigo.

Me mira. Algo quiere decirme. Un silencio se apodera de la habitación. Se decide a hablar. "Te daré un regalo: tendrás la dicha de verter tu sangre en esta figurita de concha nácar y serás recompensado por esa acción. Tu sangre hará que me libere de este objeto".

Un escalofrío recorre mis nervios. Frente a él ha aparecido un filoso cuchillo de jade y un recipiente. Quiero huir, salir corriendo de ese lugar cuyas paredes eran blancas y ahora se han tornado negras y rojas, color sangre.

Todo se oscurece. Mis ojos se cierran.

Despierto. Me siento inmóvil, tieso. No puedo mover los brazos, ni los ojos, nada. Y me quedo horrorizado al ver lo que hay delante de mis ojos. Mi cuerpo está ahí, y suspendido en el aire mi corazón palpita salpicando sangre por toda la habitación. El cuchillo de jade está trabajando solo. Va desollando mi cuerpo lentamente. Con vehemencia extrae toda la carne, solo queda el esqueleto.

Sigo sin comprender por qué sigo pensando y viendo lo que sucede con mi cuerpo. Sigue tendido en el suelo mi esqueleto completo. No puedo gritar, ni llorar ni morir, solo ver cómo mi cuerpo ha muerto.

Mi estupefacción sigue en aumento. Mi esqueleto se va levantando del suelo. Del cráneo van brotando cabellos en forma de cascabeles. Está erguido, de espaldas hacia mí. Se voltea y me mira. No es una calavera. Es el rostro de un jaguar. Gruñe al verme.

"Eterna vida tendrás, regalo que ningún humano puede tener. Tu sacrificio por mí, ha sido recompensado. Tu alma vivirá a través de los tiempos en la figurilla donde prisionero estaba". Después de pronunciar sus palabras, nada supe de mí.

Después de que regresé de un letargo que se me hizo eterno, vi que estaba encerrado en una urna de cristal. Frente a mí, una niña escuchaba a su papá decir: "Mira, esta figura elaborada de concha de nácar representa al Dios maya del Inframundo, Ah Puch. El año pasado nuestro gobierno se la prestó a México y fue robada. Fue un verdadero escándalo porque estaba en exhibición en el mismísimo palacio de gobierno de ese país. Pero curiosamente apareció al mes siguiente en las puertas de este museo. Nadie sabe cómo regresó a Guatemala". 

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