Hoy tenía ganas de caminar por el bosque, y llegar de esa forma a la comunidad donde trabajo.
Tomé la cámara fotográfica y en vez de capturar imágenes de insectos, encontré por el camino varias especies del reino fungi.
El clima era agradable y eso me permitió hacer un recorrido a pie de dos horas por la carretera.
De los paisajes del mundo, el que más amo es la montaña con bosques de pinos y encinos. La frescura del ambiente, la humedad y un delgado aire frío que recorre mis mejillas y mi cabeza, me encanta. La montaña, alcanzar su cima quisiera, pero no hay tiempo, algún día será.
Caminar por el bosque húmedo y frío en esta época de lluvias, da pie a encontrar hongos sobre la tierra e incluso sobre los troncos viejos y podridos. Mi tarea fue divisarlos a las orillas de la carretera, donde termina el invento del hombre y empieza la entrada a la profundidad del bosque.
Hongos en un trozo de árbol caído. He encontrado. Así es la vida en la naturaleza. Morir para dar nueva vida. Y no únicamente hongos nacen ahí, además helechos, fósiles vivientes de épocas pasadas.
Mis pasos siguen adelante, y cada vez aparecen nuevos hongos ante mi vista. Hoy no es prioridad los artrópodos en la mira de la cámara, hay que aprovechar la temporada de lluvias para observar como los hongos cumplen su función de desintegradores de materia orgánica muerta.
Caminar por esos lugares, es seguir un sendero a la tranquilidad. No hay ruidos de las urbes, solo el sonido de las aves y por supuesto, del viento que choca con las copas de los árboles.
Por esa carretera, el vacío de automóviles. Ningún ruido de motor. En dos horas de camino, únicamente tres autos pasaron en mi andar. Hongos, tan frágiles al tacto humano y un adorno de la majestuosidad de los bosques.
La blancura de este ser viviente.
En un hueco de la ladera, me encontré este hongo llamativo.
Hongos extraños, que asombran a mi ser.
Estos hongos parecen la concha del caracol.
Más tarde, por fin, una mariposa.
Y donde hay árboles, el agua nunca falta.
En ese rumbo, entre la vegetación abundante, existe un salto de agua. No he ido aún. Pronto será. Hay que admirar la belleza del verdor de nuestro planeta Tierra.
Un minúsculo insecto volador, disfrutando el néctar de la flor.
Y llegamos a nuestro destino, después de admirar por ciento veinte minutos la belleza del bosque y del camino. A lejos, las casas aparecen en mi recorrido. No falta mucho, y el verde de la naturaleza invade la comunidad rural.
Hoy llueve ya, pero el mediodía fue magnífico para tomar unas fotografías y mostrarlas a los lectores.
La naturaleza debe admirarse y respetarse. Y sobre todo, sentirla en nuestros corazones.