Desde niño siempre tuve admiración por los arácnidos. Me gustaba ver cómo envolvían a los insectos en su pegajosa telaraña, la rapidez con que lo hacían y la perfección de sus movimientos. Siempre que tomo mi cámara fotográfica, estoy a la caza de estos diminutos artrópodos, para captarlos en su belleza, en su esplendor.
Y en la casa de mi hermano, en su pequeño jardín, encontré cerca de una decena de estas arañas, y no desaproveché la oportunidad de fotografiarlas.
Además, no soy ajeno a ningún insecto que ronde por los senderos donde mis pasos deambulan.
Una libélula, que me encontré en un viaje de excursión cuasi solitario, muy cerca de un salto de agua, con esas alas tan delgadas y finas, que muestran una fragilidad y delicadeza, pero que en el fondo, son parte de un temible depredador del aire.
Y finalmente, en los jardines de mi escuela, una mariposa, que descansaba de su eterno revolotear.
Me encantan las maravillas de la Tierra.