domingo, 18 de marzo de 2012

En la zona arqueológica de Zirahuato - San Felipe de los Alzati

Me quiso atrapar en la mañana mi amiga Melancolía entre sus brazos, para dejarme inerte bajo su mirada, pero quiso mi suerte que llegase mi adorada amiga Aventura y junto con su compañera Libertad, me llevasen a caminar por el mundo para conocer una extraordinaria zona arquelógica de Michoacán.

Cogimos un taxi para de la antigua sede de la Suprema Junta Nacional Americana, Zitácuaro, partir al sitio histórico de Zirahuato-san Felipe de los Alzati. Ochenta pesos fue la tarifa. El sol del mediodía está a todo su esplendor sobre mi cabeza, con el riesgo de contraer una jaqueca. Eso no importa, mientras mi exquisitez por la cultura antigua de los mesoamericanos siga latiendo intensamente dentro de mí.

He llegado al acceso principal y sin que el guardia de seguridad me observe, de inmediato pongo en la pared de la caseta de que estuve ahí. Eso fue rápido y ayudado por mi amigo el rotulista, al que le apodan el "fotochop", .

La entrada principal al sitio arqueológico, después de que rotulé la pared del módulo de acceso.
Leo con calma la información del lugar, en la pendiente sur del cerro de Zirahuato y me entero que data del siglo XIII al XVI de nuestra era, frontera de los imperios de los purépechas y los mexicas y que tenía como propósito cuidar y defender el territorio. Lo interesante es de que fue descubierto hasta los años sesenta del siglo pasado y que una década después empezaron las exploraciones arquelógicas.

Me decepcionó que no hubiese un pequeño museo donde exhibieran las piezas encontradas, fotos de las mismas y más detalles que nos hablaran de los matlatzincas que habitaron estas tierras frías.

Después de registrarme y no pagar nada, bajo el pretexto de ser profesor mostrando mi credencial, camino rumbo a las pirámides. Ante el andar de mis piernas, van apareciendo piedras con grabados, símbolos que quisiera descifrar para conocer la visión del mundo de los prehispánicos que construyeron estas estructuras.




Al subir por unas escalinatas que conducen a las pirámides, encuentro más información, pero ahora señala que el sitio tuvo presencia de los matlatzincas desde el siglo IX. Señala ahí dos dioses: Tlamatzincatl, asociado a la caza, y Coltzin, con el sol y el fuego, a los que por supuesto, se les hacía el sacrificio de humanos. Debió de haber sido tormentoso el sacrificio. A mí me dio un profundo vértigo ir subiendo y bajando esas pirámides, que por cierto, son las más altas de Michoacán sobre el nivel del mar.

El conjunto de pirámides situado en la pendiente del cerro de Zirahuato, Michoacán.



Estar ahí, sobre esas pirámides, me hizo retroceder en el tiempo para imaginar que un sacerdote tenía un cuchillo de obsidiana listo para sacrificar a un prisionero mexica, y ofrecerlo en tributo a los dioses, para que la vida siguiera existiendo, y que el sol estuviese cada día presente en nuestra existencia.

Estar ahí, y ver la razón por la cual ese lugar era un sitio estratégico, es algo maravilloso. Desde ahí se contempla el paso que tuvieron que recorrer los mexicas a la emboscada que les hicieron los purépechas por allá en Taximaroa (lo que es hoy la ciudad de Hildago). Es un lugar obligado para ir a Tuxpan, y rumbo a Tierra Caliente. Es estar cerca del cielo.





Desde ese lugar se tiene al mundo a los pies, a la vista, por lo que era estratégico estar ahí, no únicamente cerca del cielo para que los dioses pudieran apreciar los corazones sangrantes en los rituales, sino para preparar las defensas y a los guerreros si los mexicas deseaban adentrarse en el territorio de aquellos a quienes había que pagar tributo, los purépechas.

Además de construir esas pirámides, lo que me llamó la atención, fueran las figuras que labraron sobre las piedras de esas monumentales bases estructurales. Significados impregnados en la eternidad de la naturaleza volcánica.

Tiene la imagen de una serpiente.








Lo que no me gustó, fue el vértigo que sentí al querer bajar por las escalinatas que están en la plaza en medio de las dos pirámides. Lo intenté, pero sentía que todo giraba a mi alrededor. No pude, lástima, quería tomar una fotografía desde abajo.


Ese vértigo que me hizo sentir que desde ahí eran arrojados los cuerpos sin corazón, al inframundo.

De este viaje, logré conocer a unos holandeses, y a una familia de Zitácuaro que me regaló un vaso con refresco, cuando en voz alta decía que sentía que el mundo giraba a mi alrededor, el mareo estaba presente cuando alcancé la cima del sitio arqueológico. No sé si la desorientación y el desequilibrio se deban a que estaba cerca de la puerta a otra dimensión, a la de los seres intangibles, y aún más, a una fecha cercana al inicio de la primavera, cuando la energía solar atraviesa en estos lugares místicos y sagrados.




Hoy, sin duda, fue especial, porque admiré el pasado precolombino, la grandeza de los pueblos mesoamericanos; además, pude apreciar a un ser diminuto, después de mover una piedra en busca de un jeroglífico. Muy tímido, a pesar de contar con una poderosa arma. No huyó despavorido como otros de otras regiones. Quizás deseó que lo inmortalizara en una fotografía, o que el ser humano comprenda que es un ser que a pesar de su peligrosidad, solo se dedica a vivir, sin ningún interés de someter a sus congéneres o a otras especies a sus designios y caprichos.


México, sin duda, es rico en su diversidad cultural, en su herencia histórica, y su hermosa biodiversidad; y hay que apreciarlo con nuestros sentidos; sumergirse en el tiempo y caminar los senderos de nuestro universo.